El 11 de septiembre y la disputa por la Memoria

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Por Felipe Pizarro Cerda y Daniel Olate Galindo

En su obra La Batalla de la Memoria, María Angélica Illanes nos relata el caso de Pedro, obrero asesinado a días del golpe de Estado de 1973, cuyo cuerpo fue abandonado en el paradero 5 de Vicuña Mackenna. Un cuerpo anónimo, silenciado, cuya historia militante se desconocía. Ante esto la autora se pregunta “¿Qué es lo que sus cuerpos mutilados encarnaban? O, para decirlo de otro modo, ¿cuál era el proyecto que mataron en sus cuerpos? ¿Cuál era la biografía colectiva del obrero Pedro, arrojado en el paradero 5 de Vicuña Mackenna?”. Tras esta interrogante se esconde uno de los desafíos más importantes de la transición (pactada) a la democracia: ¿Qué y cómo recordar?. En efecto, esta transición hizo emerger la memoria como un espacio de disputa, donde se han enfrentado diversas formas de recordar, predominando una memoria oficial que ha invisibilizado la memoria político popular, marginando a la sociedad de su propio pasado, y reflejando las tensiones políticas del contexto de producción del recuerdo.

Durante la transición, la memoria oficial de lo que representa septiembre de 1973 se autoproclamó sin posición ideológica, instalando una política del olvido. Esta se materializó institucionalmente a través de la judicialización de las violaciones a los derechos humanos y las comisiones de verdad y reconciliación. La necesidad de justicia y verdad, sin embargo, omitió la historicidad y la representación ideológica de esos cuerpos y, por otra parte, soslayó el juicio histórico y social. Del mismo modo, esta política del olvido levantó la consigna del ‘nunca más’ al mismo tiempo en que mantenía la Ley de Amnistía de 1978, y traía de vuelta al dictador desde Londres para ser juzgado por los Tribunales de Justicia chilenos. Por otro lado, se instaló una narrativa política que relativizó las responsabilidades sobre el quiebre de la democracia, justificando el actuar de las Fuerzas Armadas como una respuesta a la ´sobreideologización´ de la sociedad durante la Unidad Popular, desconociendo con ello el proyecto político de izquierda que democratizó la sociedad durante el siglo XX.

Los efectos sociales de la memoria oficial se pueden describir bajo la lógica del eterno presentismo. La política del olvido propició la ausencia de historicidad, dejando el cuerpo colectivo sin ligazón con su propio pasado. Al no haber pasado popular ni historicidad de los sujetos, se excluye a la sociedad del recordamiento, condenándola al presente, a una memoria impedida, manipulada. Estos ‘silencios de la transición’, no han hecho otra cosa que relativizar las responsabilidades y culpar a todos los chilenos del pasado reciente: ¡Todos matamos a Víctor Jara! se indicó alguna vez en una editorial de El Mercurio. Cuando la responsabilidad es de todos, entonces no es de nadie. Y estas desvirtusiones de la memoria las seguimos presenciando en la actualidad. Por lo mismo, hoy somos testigos de la pantomima de la derecha chilena haciendo uso de la poesía de Víctor, y es que, para la memoria oficial el cantautor debe ser sólo eso, un poeta, sin sustento político, sin historicidad. Por otra parte, los aportes de la historiografía a la memoria durante los inicios de la transición, se enfocaron en explicar la derrota y resaltar el terror, a fin de comprender las causas que llevaron al final de la Unidad Popular. Aportes urgentes que buscaron colaborar con la búsqueda de verdad. El terrorismo de Estado pasó a ser un foco de análisis desde múltiples aristas y disciplinas, revelando su estructura, sistematicidad, verdugos, crueldad y sus efectos sociales. Se fue configurando así una memoria focalizada en el trauma y la víctima que, aunque crucial y en combate con su propio contexto político de producción, posicionaba la muerte y la tortura por sobre las experiencias de lucha y la historicidad de sus protagonistas. Al despolitizar al sujeto y sus anhelos, su recuerdo ya no resulta incómodo para la memoria pactada de la postdictadura.

Lo que cierra el 11 de septiembre es una trayectoria político popular. Lo que abre es una disputa por la memoria aún pendiente. Múltiples actores sociales y académicos están luchando contra el silenciamiento, haciendo que la historia de Pedro, y de muchos y muchas, pueda ser apropiada no desde la muerte y la derrota, sino que sea resignificada desde el proyecto político que encarna, que sirva como bandera de lucha para las disputas presentes y futuras, y no solo como una muestra más del Museo de la Memoria.

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